martes, 11 de agosto de 2015

Roma

Martes 4 de agosto, alrededor de las 23 horas, calor. Llego en el tren desde el aeropuerto de Fiumicino a Roma Termini, el equivalente a la estación Retiro pero en Roma, aunque mucho más grande. Estoy cansado, perdido y con pocas fuerzas, luego de un largo viaje desde Buenos Aires.

Allá me buscaría Kiki, que junto a su amiga Ausi me hospedarían en su casa unos días. Quedé en llamarla ni bien llegue a la terminal. Teléfono público que me come la moneda, los WiFi gratiutos no conectan... Me empiezo a perseguir, las terminales se ponen feas de noche. ¡Pesco un WiFi! Llamo a Kiki, Feis la perra ladra detrás y no nos entendemos mucho. "Te voy a buscar, ¿En que parte del Termini estas?" Su tonada es raro, pero que suerte que habla español, aún no capito mucho italiano. Quedamos en encontrarnos en el anden 29, el cual pensé que estaba más cerca.

Camino y camino. La terminal es un desierto a estas horas de la noche. Llego al andén 29, alejado de toda entrada, al fondo a la derecha (creo que no elegí un buen lugar para encontrarse). Llegan dos guardias y me dicen que no puedo quedarme ahi, que esa parte de la terminal esta cerrada. Carajo. A volver pues, empieza la lenta caminata de regreso. A los pocos pasos ya estoy pensando lo peor: que nos vamos a desencontrar, que ella va a llegar y yo me voy a haber ido, que tendé que llamarla de nuevo, y bla, bla, bla... ¡Basta! "Todo va a estar bien" me digo, y calmo así la ansiedad.

Vuelvo a mi. Sigo caminando caminando, casi arrastrando los pies. Estoy muy cansado. Jetlag. Tengo hambre; "Creo que traje mucho peso", pienso. Me siento pesado o a penas puedo llevarme con la poca energía que me queda. El camino dobla y vuelve a doblar, y en esos doblares aparece una señora, sonriente, con un caminar un poco atolondrado, que está siendo paseada por su perra que camina apurada tirando de la correa.

- ¿Nacho? Me dice Kiki.

Así comienzan mis días en la bella Roma, una ciudad alucinante, más para alguien que disfrute del arte y la historia. Es bella para caminar, y muy fácil para perderse, o mejor aún, es casi imposible no perderse (incluso si uno va con un mapa en la mano). No hay que buscar mucho para empezar a sorprenderse: dando la vuelta a la esquina uno nunca sabe que vendrá. La vida en general es así, pero en Roma siempre aparece una fontana, una piazza, un edificio histórico, una escultura de algún dios o algún romano, todo imponente e increíble. Hay mucha historia ahi, a la vista. Es como un museo al aire libre, tan grande que la gente que vive ahí tuvo que construir una ciudad encima, con sus calles y medios de transporte.

Realmente no tenía idea a donde estaba llendo.

Gracias Roma, fue un enorme placer conocerte.

Ausi y Kiki, dos personajes

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