Un título jugado pero sentido. Conocí Zürich y me tentó experimentarla un tiempo.
Es la ciudad más saludable que conocí, con mucha conciencia ciudadana en la gente, muy avanzada en todo sentido; limpia, sin polución, ordenada y muy linda. Ubicada en un valle fértil rodeado por bosques, con un lago cristalino, y ríos donde se ven las piedras del fondo; patos y cisnes en el agua, granjas con vacas, huertas, frutales dentro de la ciudad; muchos senderos de trekking que atraviesan los bosques, a pocos minutos de tram o bus desde el centro de la ciudad; un sistema de transporte amplio e impecable y que funciona a horario; mucha comida, mucha variedad, la facilidad de conseguir alimentos orgánicos producidos sin el uso de agroquímicos, una vida cultural muy amplia y variada, muchas ventajas laborales, mucho deporte y vida al aire libre en verano, y probablemente nieve y trineos en invierno... Una ciudad que contagia, con aires despreocupados, con tiempo para la vida, todo se ve en la gente que va por la calle. Eso sí, es muy costosa, pero el valor siempre es relativo.
Llegué una noche tarde a Zürich Hauptbahnhof, la estación central de trenes. Jero, un viejo amigo de mi hermano y de la familia toda, me estaba esperando allá, y no tardamos en encontrarnos. Me dijo "No hay nada más lindo que llegar a un lugar desconocido y que alguien te esté esperando. Un día un amigo lo hizo conmigo, y fue tan lindo que hoy lo hago con vos". Fue el mejor recibimiento que tuve, y es cierto. Viajando se conoce gente, a veces se está solo y a veces acompañado. Pero llegar a un lugar, de noche, sin conocer, es siempre motivo de stress. Tener alquien que te espere y reciba, es una suerte enorme.
Así que pensé: algún día, desde mi lugar, voy a recibir a todas las personas que me recibieron o que quieran quedarse en casa en su paso por mi ciudad ¿Por qué no? Y los iré a esperar a donde lleguen como Jero me esperó. Sin forzarlo, compartir y hacerlos parte. Porque debe ser lindo recibir gente que viaja. Porque compartir el viaje te hace parte.
Y vuelvo a Zürich... ¡Que hermosa familia! Jero, Andre y Lina son esa gente sencilla y alegre que te ilumina el alma, que a veces cuesta encontrar pero que existe. La pasé genial en estos días compartidos, en familia, como si hubiese encontrado otro hermano, cuñada y sobrinita que viven fuera del país. Cuando la conocí a Lina, lo primero que me regaló fue una sonrisa, y extendió los brazos para que la alce. No se que me vio, quizas los rulos, pero nos hicimos amigos muy rápido.
Me sentí inspirado por ellos, conocerlos en lo cotidiano, la vida hermosa que llevan, y me muestran que es posible vivir sanamente y con muy poco, sin la necesidad de un auto ni una tele, y ser tan o más felices como cualquiera que se lo proponga. Y ahí está el punto, en la predisposición a la felicidad, con uno y con los demás, sea en el lugar que sea. Rodearse de la gente que a uno le hace bien, hacer las cosas que te acercan a esa gente, en sumatoria a las cosas que te gustan (que a veces coinciden), compartirlas y hacerlas con amor, y mientras tanto disfrutar todo, lo bueno, lo notanbueno y lo malo. Parecen muchas cosas, pero cuando se entra en sintonía con uno mismo pasan sin que uno se de cuenta, casi como cuando aprendemos a manejar.
(Y nuevamente me fuí por las ramas)
Esa es la historia. Pasé unos días muy lindos y quedé fascinado con tan bella ciudad. Lamentablemente tuve que seguir viaje hacia Austria, pero me llevo el hermoso recuerdo de Zürich, un lugar para quedarse.
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