A veces tengo problemas de identidad. Haber crecido tan cercano con mi hermano hace que a menudo todo el que nos rodea nos vea como una sola cosa, cuando en realidad somos dos muy distintas, cada uno con sus virtudes y sus defectos.
Cuando necesito estar sólo con amigos o familia, aparece él, aunque no esté. Cuando agito las manos para que la gente me vea, me preguntan por él. Cuando cuento una experiencia propia, me hablan de una experiencia suya. Y así.
Me siento un segundo, un acompañante, alguien que se define por la existencia de un otro. Y lo cierto es que quiero definirme por mi propia existencia y por la de mi pareja (el día que la tenga), no por un hermano con el que no puedo parar de compararme. Y quizás ahí está mi error: en querer compararme, haciendo de la vida una carrera; en querer llamar la atención de quienes me rodean, tratando de que vean que existo y soy un ser singular, en lugar de existir y ser un ser singular, ser yo.
Lograr llamar la atención es algo que muere ni bien se logra, y hay que volver a llamarla una y otra vez. Es algo que nunca se terminay que no aporta nada.
Ser, en cambio, aporta todo, es todo, se logra y perdura. Que se fijen en uno después vendrá, o tal vez no, pero no es lo que realmente importa.
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