domingo, 21 de febrero de 2016

Cosas que pasan cuando estás vivo

Desde hace mucho que me vengo preguntando qué tan lindo sería hacer un viaje en bicicleta. Es algo así como una asignatura pendiente que cada día va cobrando más fuerza. A lo largo de las rutas y los años fui cruzándome distintos "cicloviajeros" dejándolo todo en las subidas, o deslizándose como el viento en las bajadas, a veces de contramano, yendo hacia el norte y otras veces hacia el sur. Siempre los encontré de sorpresa mientras iba en auto, mirándonos, ventanilla de por medio, el tiempo que la diferencia de velocidad nos permitía. Bocinazo, saludo y mucha admiración. Algunas veces pude charlar con ellos, nutriéndome con sus experiencias que forjaban esa ilusión en mi, la que un día sería posible estar de aquel lado. Tremenda hazaña recorrer tantos kilómetros con el simple hecho de andar en bicicleta.

Así fue que, tras la aparición repentina de unos días disponibles me dije ¿Por qué no hacer una pequeña prueba? No tenía la megabicicleta ni el tiempo para una gran proeza, pero si las ganas de intentar algo; una gran oportunidad para poner a prueba un sentimiento.

Entonces manos a la obra.

Busqué un destino que sea cercano a Buenos Aires, que tenga naturaleza y caminos que me lleven por el medio de la nada. Eso quería: pedalear atravesando la nada y cuando vea un lugar que me guste, acampar. Quiero sentir qué me dice la ruta, qué nos decimos, que me empape de sus paisajes y sus historias.

Córdoba sería perfecta.

Luego siguió acondicionar la bici, que implicó desde ajustes de mecánica, equiparse de algunos repuestos y accesorios, casco, guantes, luces, la parrilla trasera y por supuesto, dos buenas y espaciosas alforjas para llevar lo necesario.

Todo listo, salgamos a la ruta a ver que pasa.

La "Blanca Cota 2.0" (así se llama mi bicicleta), y Tomás, un amigo de la infancia, junto a su bici, fueron los compañeros en ésta aventura, rodando desde el Aeropuerto de la ciudad de Córdoba hasta Cruz del Eje, pasando por Río Ceballos, el camino del Cuadrado, La Falda, el camino hacia el Río Pinto y San Marcos Sierras. Allí en Cruz del Eje me despedí de mi amigo, y seguí solo el largo camino hacia traslasierra, pasando por La Higuera hasta llegar a Salsacate, para completar el cruce de las sierras por la ruta de Los Gigantes, unas montañas inmensas que andan por allá arriba, imponentes desde tiempos sin memoria. Fueron dos viajes en uno. Trescientos setenta kilómetros de asfalto, ripio, curvas y rectas, subidas duras, duraderas, y bajadas fugaces de premio.

Me gusta ir de camping, salir a la ruta, amo la bici, y hacer ejercicio. Ésto sin dudas lo combina todo, y a lo largo de los días, fueron dos experiencias maravillosas en sus dos momentos, una en equipo y otra conmigo mismo, por más que la segunda haya terminado con un pequeño accidente.

Sí, luego de una semana de caminos, perdí el control de la bici en una curva que me bajaba desde las sierras por el ripio zigzagueante, allá arriba cerca del cielo. Quizás fue el cansancio, una imprudencia, exceso de confianza, o simplemente el azar, y pasó porque tenía que pasar. Aún es tan reciente que no entiendo que es lo que tengo que aprende y por qué era lo mejor que tenía que pasar, pero ya el tiempo me lo dirá. En menos de un segundo, y yendo a unos treinta kilómetros por hora, salí expulsado de la bicicleta golpeando en el suelo con mi hombro izquierdo, y en ese golpe de realidad tan crudo y a la vez fuerte, sabía que el rumbo de mis días cambiaría por completo.

Silencio. Si, algo que me sorprendió del viaje en bici es el silencio de la ruta. Cuando ya pasaron los autos y todo se calla, uno comienza a oir sus propios ruidos. La respiración agitada, los pedales que giran sin fin, la cadena que tal vez pide una aceitada, las marchas que suben y bajan, las ruedas que no paran de rodar, y saliendo de esa burbuja, el mundo: viento, pastos y arboles que se mueven en su quietud, pájaros, bichos. Así es la ruta mientras se la pedalea, felicidad absoluta que aflora en medio de la nada.

La bici está tirada en medio del de ripio. El polvo se disipa en el aire. Ya pasó. Acá estoy. Estoy en bajada, atrás mío hay una curva, allá adelante otra, y al fondo Los Gigantes. ¿Cuanto faltaba para el campamento del Río Yuspe? No puedo creer que me caí, tan cerca, yo, que siempre me jacté de ser un buen ciclista, y siempre creí tener todo el control, me caí. El ego se desmoronó como un castillo de arena seca. Ideas y pensamientos que desfilaron por mi cabeza, y la imposibilidad de volver los segundos atrás. No se puede deshacer lo que ya estaba hecho. Segundos. Uno, o ni siquiera eso. La moneda del destino que gira en el aire. Si sale cara, sigo, si salía seca, al suelo. Seca. Descontrol. Golpe.

Estoy tirado en el piso. Dolor inmenso. Mi hombro pegó contra el suelo muy fuerte, algo malo me hice, esas corazonadas que no fallan. Me incorporo sin mover el brazo, pensando en que no debo moverme mucho para no alterar cualquier posible rotura o lesión. Me siento en la banquina de tierra, entre yuyos y piedras. Estoy en medio del cruce de las sierras. Con un auto es sólo un camino no muy lejano, en poco más de media hora llegaría a Tanti, pero ¿Con la bici? Con la bici y lastimado es estar en el medio de la mismísima nada.

Polvo, silencio. Horizontes ondulados de una pampa en las alturas, rocas redondeadas que afloran del suelo por todos lados como cayos de antaño, y allá lejos las montañas. Estoy en shock. ¡Como duele el brazo carajo! Trato de tranquilizarme, pero la desesperación gana. Que dificil es conservar la calma en un momento así. Me paro, camino unos pasos al azar, ni siquiera sabiendo hacia donde voy ahora. Estoy perdido, aturdido. Hago un cavestrillo con una soga elástica que saco del portaequipajes, aunque no me sirve de mucho. La vista se me aclara de a poco y el sudor brota más fuerte, imparable. Me está bajando la presión. El azucar está dentro de una alforja que ni siquiera sé si es la que está arriba o abajo de la bicicleta, que está ahí tirada con el manubrio doblado, imposible buscarla ahora. Intento tranquilizarme. Vuelvo a la banquina y espero en cuclillas. Me sujeto el hombro, ¿Cómo pudo haber pasado ésto? No puedo creerlo ¡Por favor que venga alguien y me levante!

Silencio de ruta, soledad y dolor. El oído más agudo que nunca. Sólo escucho mi respiración. En un momento así, cada bocanada de aire es un paso adelante. Mi corazón late fuerte, estoy muy vivo.

Por favor que venga alguien.

Brisa, algún pájaro, mi respiración. Trato de agudizar el oido. "Atención: creo que algo se acerca" me interrumpe la conciencia. Paro la oreja. Efectivamente alguien viene. Espero, en cuclillas en la banquina mirando hacia afuera de la calle, pero girado esperando que alguien aparezca por la curva. La bici está en el medio de la calle. El sonido crece, ya no hay dudas. "Tranquilo Nacho, todo va a salir bien" me digo a mi mismo. Aparece una camioneta gigante, que desciende la velocidad, esquiva la bicicleta y luego vuelve a acelerar. Los conductores me miran al pasar, y a pesar que les hago señas desde mi lugar, siguen de largo. El sonido se pierde en la lejanía, el polvo se discipa de a poco. Otra vez el silencio de la ruta. Calma, ya todo va a pasar.

Nuevamente el susurro que me despierta de mis cavilaciones: "Alguien viene". El sonido crece, está a pocos metros de distancia. Aparece un auto en la curva y baja la velocidad. Le hago señas desde la banquina, y me esfuerzo para que no se confundan con un saludo. El auto esquiva la bici, el acompañante del conductor me mira y se ríen mientras pasan. ¿Por qué se ríen? ¿Habrán notado que me accidenté y necesito ayuda? ¿O pensarán que es una broma o que intento robarles?

Silencio que persiste en volver. Ya ni se cuanto tiempo pasó desde que me caí. Habrán sido veinte minutos equivalentes a una eternidad. El brazo duele desde adentro y ya nada puedo hacer, sólo esperar que alguien me lleve a un hospital. Pero ¿Y que hago con la bici? ¿Y las alforjas y demás cosas? ¿Dónde voy a pasar esta noche? Mejor no pensar, mejor no planear. Que alguien me levante por favor. Cada respiración, un paso adelante.

Ruido que crece y otra oportunidad que se acerca. Me paro y espero en medio de la ruta listo para detener lo que venga. "Yo aca no me quedo" me digo en voz alta. La camioneta aparece en la curva, baja la velocidad y se detiene. Pido ayuda y milagrosamente doy con esa persona que está dispuesta a dármela. Una hora más tarde estaba siendo atendido en el centro de salud de Tanti, y más tarde aún en el Hospital de Carlos Paz. El muchacho se llevó mi bici, y con un diagnóstico de una posible fractura de escápula volví a Córdoba esa misma noche, a descansar y gestionar los detalles de lo que será una vuelta anticipada.

Gracias Sebastián, por frenar y darme esa mano enorme, que por mi estado y donde me encontraba, resultó invaluable. Por sacarme de allá arriba, a pesar de venir más que cargado. Alivio y mi pecho que exhala el suspiro que todo suspiro siempre quiso ser.

El pajaro se quedó sin volar, algo que nunca hubiera esperado, un desenlace triste aunque cargado de una suerte inmensa. Una enseñanza que aún no logro comprender. Aceptarme en cada momento, hasta en los más difíciles. La armonía de las cosas, desde una piedra, una hoja, el agua que corre, las nubes pomposas en ebullición, el paso del tiempo y las arrugas de la piel, todos son testigos de que hubo vida. A veces se avanza y otras se retrocede, pero siempre algo se aprende. Sudor que siempre da lecciones. Sopor de un estandarte insostenible. Barricadas de dolor que me detienen a reflexionar, capaces de encausar el río al valle menos esperado. Después de todo, planear es mejor para los aviones, nosotros humanos abrámonos de brazos y que la corriente de los días marquen el rumbo. Podemos timonear, pero el viento será siempre más fuerte.

El pájaro se quedó sin volar, por pájaro, por azar, por aventurero, por querer volar, por intentar salirse con esa de que sin amor se puede vivir igual. Sin amor se muere, definitivamente y de a poco, como la flor que sin agua se marchita. Bitácora que se transformó en sentimiento. Historia de una experiencia inolvidable por sobre todas las cosas. Una experiencia que, con más cuidado o mejor suerte, repetiría cien veces, porque después de todo, ¿Quién nos quita lo bailado?