miércoles, 26 de agosto de 2015

Doña Venecia

Pintoresca como ella sola, mas no una escenografía, sino una ciudad real, donde la gente vive y se asoma cada tanto por las ventanas para mirar la calle. Sólo le desearía menos turistas, pero la acepto como es, linda. Me hace acordar al tigre y al delta, todo en uno, compacto. Ese olorcito a río, y el agua ahí, casi que se puede tocar. Las casas torcidas están por todos lados, no se si se está hundiendo o si se construyeron antes que se inventase el nivel. Aunque después veo la Basílica de Santa María della Salute, su imponencia y perfección constructiva y mi teoría del nivel se cae más rápido que una mesa con tres patas.

Vuelvo a Venecia. Recomiendo a quienes la visiten llevar un juego de piernas de más, ya que se camina mucho, de manera que puedan cambiárselas y poner las otras en remojo. No he tomado barcos ni góndolas porque preferí conservar mis ojos para verla (ya que te los arrancan por un viaje). No llevar agua, se consigue en cualquier grifo de la calle, y los hay por todos lados, riquísima. Gorra, anteojos y cámara de fotos sí, aunque hay que medir el número de obturaciones ya que si es por la "fotogencia" de Venecia uno nunca pararía de sacar fotos.

Una ciudad derruida, vieja, como que está a punto de caerse pero no, resulta que está muy bien plantada. Hay callejones y pasajes y túneles de todos los tamaños, puentecito y puentezote, ladrillo a la vista y ornamentas, flores en el balcón y ropa tendida, (una parte muy fuerte en la imagen típica veneciana), iglesias y torres imponentes, no hay desafio ni construcción que la detenga.

Fue hermoso conocerla Doña Venecia, una ciudad-ícono de la humanidad, única como todas.



Basilica di Santa María della Salute

1000 imágenes de éstas aparecen de repente,
mientras uno va caminando por Venecia







De repento siento que me están mirando


Imposible no sacarme una foto con la Iglesia donde se filmó
Indiana Jones y la Última Cruzada



viernes, 21 de agosto de 2015

Florencia

Al principio no me gustó. Mi primera impresión fue de rechazo, comparándola con Roma en cada esquina, mientras el bus entraba en la ciudad. Moverse cuesta, duele. Uno se acostumbra y se encariña con su entorno y cómo éste lo afecta. Uno se amolda y todo va bien, hasta que tenemos que movernos y dejar ese lugar atrás. Así me pasó cuando llegué a Florencia, y me pasa cada vez que dejo algo en el camino. Viajar solo es un gran desafío, y requiere de superarse hasta cuando no haya fuerzas para eso, aunque se esté cansado o triste, todo continúa y hay que seguirle el carro al todo, porque así es, el todo no para.

Volviendo a mi primera impresión de Florencia, no me gustó. Llegué al hostel, desensillé en mi cama en una habitación solitaria que poco a poco se fue llenando. Almorzé, famélico, como un preso que le traen un plato de comida después de días de no haber probado bocado. Había desayunado, pero el viaje me vació el estómago de todo alimento. Creo que estoy bajando algunos kilos con el pasar de las semanas. Es difícil alimentarse bien estando de viaje, moviéndose constantemente y tratando de cuidar el presupuesto.

Volviendo a mi primera impresión de Florencia, no me gustó. Salí a caminar y realmente no estaba tan mal. El río Arno con sus puentes, y el Ponte Veccio con sus casas encima... Fui a un fuerte, con una gran vista de la ciudad, y luego a otro punto panorámico a ver el atardecer. "Florencia de noche es más linda que de día" pensé, y sentí que poco a poco me estaba dejando seducir. Lo que pasó es que empecé a bajar la guardia y me permití sentir. Lo bello está ahí, siempre, en todo. Sólo hay que entrar en sintonía con uno para poder captarlo y absorberlo. No siempre pasa y no es fácil, pero hacerlo consciente es un paso adelante en la gran conquista. Ser capitán de mi propio barco.

Ya al menos Florencia me gusta de noche.

Al día siguiente fui a ver al David, una obra que no podía dejar de sentir estando acá. Me estremeció cuando, dentro del museo, entré a un gran hall y lo vi allá a lo lejos, imponente, perfecto. Un gigante de mármol de Carrara que en cualquier momento se relaja, baja del pedestal y se va caminando como si nada.

Y caminé Florencia de día, y me perdí con mapa en mano y hasta tratando de esforzarme por no hacerlo; y me agarró la lluvia, y caminé bajo el agua canturreando algo mientras todos se guardaban en cualquier techo posible. Un loco suelto por ahí, empapado.

En muy pocos días me dí cuenta que Florencia es una ciudad hermosa, pero depende siempre como quiera mirarla.

Y ahora a moverme nuevamente. Próxima parada, Venecia.



Florencia, la city

Florencia, el campo


Impresionante el David...

...de donde lo mires, cualquier rincón que elijas





Florenselfie

È bello perdersi a Roma

El conductor de la buseta que me dejó en Brindisi me dijo un frase muy conocida y muy cierta, y es que es bello perderse en Roma. Doy fe que así es.
Hay otra frase que también es muy cierta desde lo poético o lo empírico, y es que todos los caminos conducen a Roma.
Así es. Tuve que volver para seguir camino hacia el norte, no si antes pasearla y disfrutarla un poco más.
He aquí algunas fotos más de ésta bella ciudad, que siempre posa y sonríe, sin importar si llueve o hace sol.

¡Gracias Kiki y Ausi por recibirme nuevamente! Y ser mis guías turísticas en Roma. Siempre con la mejor onda y una alegría que contagia. Un ejemplo enorme. Gracias.




Esperando para partir hacia Roma

Brindiselfie


Simetría
Simetría asimétrica

El sol que entra en el Panteón







martes, 18 de agosto de 2015

San Vito Dei Normanni y la parentella italiana

Era parte del escaso plan de viaje visitar ambos pueblos de donde mis abuelos son originarios. Recorriendo Italia llegó el turno de San Vito Dei Normanni, donde Giovanni Bernardino Fina nació y vivió hasta los 27 años. El 25 de julio de 1925 junto con su amigo Francesco Elefante emigraron al continente americano a bordo del transatlántico "Princepessa Mafalda", que un 18 de agosto desembarcó en el puerto de Buenos Aires, la nueva tierra generosa y próspera que daría cobijo a ambos.

En 1961, luego de 36 años de aquel desembarco, ya habiendo sentado raíces y formado una familia en Buenos Aires, "Dino" (como así le decían al abuelo) regresa a Italia para reencontrarse con su tierra y sus parientes. Tenía 63 años.
Sus padres eran Vicenzo Fina y Vita Mingolla, desconozco si aún vivían para el tiempo de su retorno. Desconozco también cuántos hermanos tenía y sus nombres, aunque presumiendo que sí los tenía, vamos en busca de otros Finas.


Luego de Maratea viajo a Brindisi, la ciudad más grande cercana a San Vito Dei Normanni, una ciudad portuaria de donde salen barcos hacia Grecia. Establezco mi base en una habitación para turistas cercana al centro. Riccio y Gabriela, los dueños, son muy macanudos y de entrada me reciben muy bien. Riccio vivió en Buenos Aires en la década de los 80's, así que su español es bueno y no hay que esforzarse de sobremanera para entablar una comunicación con mis escasos conocimientos de italiano.

Muy amablemente me pasa a buscar donde me dejó el bus. En el auto le cuento la historia: el porqué de mi visita a Brindisi, que mi abuelo nació en San Vito Dei Normanni. Riccio se sorprende y se empieza a cebar con la historia. Es un tipo muy curioso, muy atento y alegre. Me cuenta que el nombre del pueblo viene de la gran cantidad de población normanda que lo fundó.
—¿Tu papá es rubio de ojos claros? —Me pregunta. —Porque en ese pueblo había mucha gente así, muy diferentes al resto de los italianos. Me suena lógico que tu ascendencia venga de ahí. —Afirma.
Llegamos y me acomodo en mi habitación. Riccio viene al rato y me dice que mañana tendrá que ir por trabajo a San Vito, que un amigo suyo conoce alguien allí que conoce mucha gente, que posiblemente conozca algún Fina. ¡Genial! Empieza la búsqueda.

A la mañana siguiente desayuno en el café de la esquina. Al rato caen Riccio y Paolo (su amigo que conoce otro amigo) y partimos en auto para San Vito Dei Normanni, que está a 20 Km de Brindisi. La zona es bastante seca, y se plantan Olivares principalmente, aunque también algún que otro frutal como pera, ciruelo, higo y un cactus que se come, pero no recuerdo como se llama.

Llegamos a la estación de servicio de la entrada del pueblo, y ahí nos encontramos con Pino, quién sería mi guía en San Vito, el famoso tipo que conocía a todo el mundo allí. Pino afirma conocer al Dr. Bernardino Fina. ¡Increíble empezar así! Empieza a emocionarme aún más la aventura. ¿Será que éste doctor es hijo de un tío de mi papá? Riccio se ceba también, aunque debe ir a atender asuntos de trabajo con Paolo, por lo que me deja en manos de Pino. De aquí en más dejo de tener un intérprete italiano-español a mi lado hasta muy entrada la tarde. Son las 12:30 del mediodía aproximadamente.

Me subo a la camioneta de una especie de empleado de Pino (de quién no recuerdo el nombre), junto con Pino también. Llegamos a la quinta de Bernardino Fina, una manzana bastante grande en las afueras del pueblo, llena de olivares grandes y tierra roja arada, lista para ser sembrada. Autos costosos, la casa al fondo de una larga entrada de lajas de piedra y un portón de hierro todo fileteado que nos impide entrar. Pino toca timbre, alguien atiende.
—Soy Pino, amigo del Doctor, abrime! —Dice Pino, en italiano-entendible. El portón automático se abre. Lo que es conocer gente...
Pasamos y el doctor vestido de entrecasa, de bermudas y remera, sale a nuestro encuentro, con dos chicos que serían sus hijos o nietos.
Pino habla con el, pero hablan tan rápido que sólo rescato palabras aisladas y no logro reconstruir nada. El Doctor está serio, no le hace mucha gracia que venga un extrangero a reclamar parentesco. Detecto que el Doctor niega todo, pero no entiendo bien porque.
—Andiamo. —Dice Pino. Todo ésto sucede sin que yo entienda un catso. Saludamos (basta una estrechada de manos y un "piacere") y nos vamos. Ni bien nos alejamos le pido que me explique.
En resúmen, el padre del Doctor era Giovanni Fina (casualidad), mas nunca emigró a América, tampoco había un parecido físico por lo que no insistí mucho. Sin embargo nos abre otra puerta. Como buen Doctor, conoce mucha gente, y entre ellos, otros Finas. Nos envía a verlos, y allá vamos.
Para mi sorpresa, Pino me devuelve a la estación de servicio donde nos encontramos:
—Esperame aquí que tengo que ir a atender unos asuntos de trabajo y vuelvo. Vos esperame aquí, yo en media hora vuelvo. —Me dice como sacándome de encima. Algo me decía que cuando Riccio se vaya Pino me iba a dejar por ahí. No me quedó otra que esperarlo un buen rato en el café de la estación de servicio, escribiendo, hasta que lo cerraron y me tuve que ir. En San Vito hay horario de pueblo como en el interior de nuestro país, a la una muere todo.
Sin asiento y habiendo pasado la media de espera hora empecé a caminar y me entretuve sacando unas fotos. Cuando mi paciencia se había agotado y me disponía a irme y caminar por ahí, frena Pino con otra camioneta y me dice que me suba.

Arrancamos, vuelta en U, avanzar hasta la esquina y estacionar nuevamente. Bajamos y Pino toca el timbre en la puerta de un pequeño edificio. Un muchacho petiso y morrudo nos abre. Pino que parla italiano, el chico nos hace pasar y subimos las escaleras. En el primer descando nos encontramos con dos viejitos, aparentemente de apellido Fina. Pino les explica que ha venido un Argentino cuyo abuelo nació en el pueblo, mientras me señala. Los viejitos se sorprenden y nos invitan a subir a la casa. Entramos al hallcito, creo que tenemos algo. Pino repite la historia y el viejito luego habla, pero es imposible entenderle una palabra. Lo único que logro entenderle es cuando señala una foto muy antigua que hay en la pared, haciendo referencia a sus padres. Ninguno era parecido al abuelo.
Pino dice "vamos", y cuando dice vamos es que tiene la información para dar el próximo paso. Aparentemente hay otras personas relacionadas que debemos ir a ver.

Subimos al auto y nos adentramos en el centro de San Vito Dei Normanni. Calles estrechas de una sola mano, tráfico de mediodía, balcones antiguos y otros no tanto. Sol y calor, aunque un poco nublado por momentos. Estacionamos, el pueblo es chico. Bajamos y Pino pregunta algo a un carnicero que se asomaba por casualidad mientras cerraba su local. Señala una casa en esa cuadra, un poco más adelante. Allá vamos, Pino toca timbre. Una señora de unos 70 años se asoma por la azotea, desconfiada. Pino le pide que baje, y que le abra, y trata de resumirle la historia, contándole del abuelo y de mi, pero insiste que es mejor que baje para poder explicarle mejor. La señora desconfía y desaparece. No creo que tengamos suerte ésta vez. Lo miro a Pino, y me hace un gesto con la mano, como diciéndome "esperá, a Pino siempre le abren". Espero entonces.

Al rato nos abren y pasamos al hall, sorteando una esterilla de tablitas de madera que todas las casas de San Vito usan para cubrir su entrada. Adentro estaba la señora que se asomó por la azotea, y otros dos viejos de mayor edad, totalmente exaltados. Me saludaron extasiados y afirmaban que eran ellos, que sí, que sí, y me agarraban el brazo mirándome con ojos húmedos y sonrisas de sorpresa. Ellos no son Fina, son dos hermanos, Armidia y Vito Leozappa. Yo no entendía el parentesco. Armidia me hablaba pero no le entendía mucho.
—Parla piano per favore, si parla piano io capito. —Le digo en mi italiano turístico, aún sin entender su excitación. Pino habla unas palabras con los viejos y luego me dice:
—Ellos no son Fina. Son los nietos del hermano de Vita Mingolla, la abuela de tu papá. Ahí si entendí. Estaba buscando parientes por la rama de mi abuelo, pero encontré sin imaginármelo unos que vinieron de la rama de mi bisabuela. Que loco, no pensaba tener éxito en ésta búsqueda. Pino habla con ellos nuevamente, quedan de acuerdo en que yo me quede a comer con ellos, que justo acababan de almorzar. Llega otra persona al baile, una chica de mi edad aproximadamente, quién no entiende mucho que pasa en su hall, aunque Armidia la pone al tanto enseguida. Vito, en cambio, me contemplaba sorprendido y en silencio, emocionado. Pino habiendo arreglado todo, me dejó su telefono, se despidió y se fue.

La parentella me hizo pasar, me sentaron en la mesa del comedor y se presentaron, y yo me presenté. Armidia y Vito, los primos segundos de mi papá, Filomena, la chica que llegó del trabajo en medio de la recepción en el hall es hija de Vito, y María, quien nos había recibido desde la azotea, su mujer.
Vito desapareció un momento y volvió con dos fotos de él y mi abuelo, de cuando retornó en 1961. Mi abuelo, vestido de traje, era el italo-americano que emanaba aires de prosperidad de un nuevo mundo a la gente de un pequeño y olvidado pueblo. Vito transmitía una admiración muy grande por el abuelo, se veía en las fotos y en su mirada. Un tipo muy alegre, de un gran sentido del humor, de esos que todo el tiempo están bromeando, y te guiñan el ojo haciéndote cómplice. Le muestro la foto que tengo del abuelo en el celular, junto con una carta escrita por el en el '61 y un certificado del servicio militar. Saco la libreta y la lapicera, empiezo a hacer el arbol genealógico para poder unir a los Leozappa con los Fina y entender finalmente el parentesco.

Mientras tanto María me trae un plato de sopa. Filomena almuerza también, está en el receso de su trabajo. Usa la servilleta a cuadros metida en la remera como un babero, muy a la italiana. Yo la copio ya que estamos. —Ignazio ¡Magia, mangia! —Me repite a cada rato.

Empiezo a comer. Traen melón en rodajas, y peras, vino, agua y pan. Y cuando no hay nada más que traer se sientan y me miran mientras como. La mesa está llena de platos y bowls. Vito trae un melón entero, me dice que es del campo que ellos tienen, que me va a dar una docena para que le lleve a mi papá. María me retira el plato de la sopa y me trae un pescado y ensalada.
—¡Mangia! —Me dice. Armidia se sienta al lado mío y me toma del brazo emocionada. Seguimos hablando de los parentescos, los hijos de tal y de cual, y mientras yo sigo anotando. Después viene el licor, y después el café, realmente no puedo más. Parlamos italiano, piano y nos hacemos entender. Es un esfuerzo para mi, pero aprendo mucho. De repente me encuentro almorzando en lo de una familia italiana, que ya voy sintiendo como parientes, de esos que no visito hace mucho.

Luego del almuerzo y la larga charla, salimos a conocer la "campaña", el campo donde el abuelo se quedó varios días durante su regreso a San Vito en 1961. La zona de quintas está recorrida por varias rutas que serpentean y suben bajan en ondulaciones suaves. No hay cercos de alambre, sino de piedras apiladas. Todos los campos con sus olivares y sus frutales, parecen primos entre si. Todos con su huella donde entrar el auto (o "la maquina" como le dicen en Italia), su tierra arada y sus casas al fondo, perdidas entre algún lugar de los árboles.

Y así pasó otro lindo momento de la tarde. Filomena, la interprete principal (la que tenía más paciencia para entendernos todos) tenía que regresar al trabajo, así que luego de un vistazo al campo emprendimos la vuelta al pueblo. Ya en la casa nuevamente, llega Rosa, una de las hijas de Armidia que, junto con ella, están casualmente de vacaciones en San Vito, ya que viven al norte de Italia, muy cerca de la frontera con Suiza, en un pueblo llamado Cittiglio. Por supuesto, no faltó ocasión para que me inviten a quedarme unos días en su pueblo, así que eso haré, una pequeña visita antes de terminar mis vueltas por Italia.
Tanto rosa como su marido, tienen un hijo y una hija de sus matrimonios anteriores, más otro dos que han tenido juntos. Los más chiquitos son amorosos, oirlos hablar en italiano con sus vocecitas diminutas es muy lindo. El hijo de Rosa se hunde en el celular como todo niño preadolescente, mas la hija de Vinicio, Selena, nació y vivió en Colombia, y por fortuna habla español. La niña será mi nueva intérprete por el resto de la tarde.

Llega el momento de la partida. Me despido de todos, y prometo volver durante mi estadía en Brindisi. Armidia insiste en acompañarme a comprar el ticket para el bus a unas cuadras de la casa. Selena nos acompaña para volver con armidia, que ya los años le pesan y cada paso cuesta.

Compro el ticket, saludo a Armidia y le agradezco por éste hermoso día compartido. Saludo a Selena y camino lentamente hacia la parada del bus, por las calles de lo que fue y será el pueblo de mi abuelo.

De derecha a izquierda: Vito, Filomena, Armidia, María e io.

Armidia y Vito Leozappa

Vito y el abuelo, en 1961

La campaña








jueves, 13 de agosto de 2015

Una boda en Maratea

Maratea es un pequeño pueblo al sur de Italia, ubicado en un valle en la costa del Mediterráneo. Es un pueblo bellísimo, donde siempre hay una vista, una foto que sacar o recordar en la memoria. Cuando uno camina por Maratea, se deja llevar. Hay infinidad de pasillos todos pintorescos y bellos, que lo invitan a uno a decidir constantemente a donde se debe ir: sigo por acá, agarro ésta escalera, ahora bajo acá, y así.

Llegué en un tren desde Roma que hizo transbordé en Nápoles, que más que un tren parecía el Titanic por la cantidad de gente y bolsos y calor y paradas. Un viaje que se hizo largo, pero aún así interesante siempre el paisaje ventanil, las puteadas de los pasajeros indignados con ese servicio retrasado y rebalsado de gente.

Un tipo que estaba sentado en sus bolsos, cansado de tanta gente y la situación, me mira y suspira (casi como queriendo encontrar un cómplice en su indignación), diciendo al mismo tiempo un cliché: "Mamma mia..." Fue épico. Contuve la risa para seguir vivo. Siguió el viaje y poco a poco el tren se fue vaciando. Bajé en Maratea y Otto ya estaba esperándome en la estación. Es loco y lindo reencontrarse con un amigo del otro lado del mundo, después de años de no verlo. Tengo más reencuentros planeados, así que seguiré experimentando éste fenómeno más seguido.

La boda fue en un gran hotel de Maratea, con pileta, una vista al mar espectacular desde lo alto de un cerro y unos atardeceres increíbles. Los invitados nos hospedamos todos en el mismo hotel, cosa que termino siendo de la boda un pequeño viaje, haciéndonos amigos luego de compartir los días juntos.

Una boda en Italia es muy parecida a una boda en Argentina, sólo que ésta se hizo en un lugar muy especial: Celebración junto a un mar hermoso en plena tarde. Aunque nublado, y con lluvia por momentos, super bello. Recepción, cena, bailongo, torta y dulces, lo típico, con comidas típicas italianas y mucho fruto de mar. Platos realmente exquisitos. Una banda tocó en vivo la música de toda la fiesta (incluído el bailongo), sonaban increíble.

Una fiesta tranquila y elegante, muy linda, parlando piano italiano, english, español y pasando un muy lindo momento junto a los homenajeados y amigos. Una hermosa experiencia compartida, un privilegio enorme haber podido estar en aquel momento.

Las casas desparramadas por Maratea
Lean queriendo arruinar la foto pero la mejoró
Maraselfie