martes, 18 de agosto de 2015

San Vito Dei Normanni y la parentella italiana

Era parte del escaso plan de viaje visitar ambos pueblos de donde mis abuelos son originarios. Recorriendo Italia llegó el turno de San Vito Dei Normanni, donde Giovanni Bernardino Fina nació y vivió hasta los 27 años. El 25 de julio de 1925 junto con su amigo Francesco Elefante emigraron al continente americano a bordo del transatlántico "Princepessa Mafalda", que un 18 de agosto desembarcó en el puerto de Buenos Aires, la nueva tierra generosa y próspera que daría cobijo a ambos.

En 1961, luego de 36 años de aquel desembarco, ya habiendo sentado raíces y formado una familia en Buenos Aires, "Dino" (como así le decían al abuelo) regresa a Italia para reencontrarse con su tierra y sus parientes. Tenía 63 años.
Sus padres eran Vicenzo Fina y Vita Mingolla, desconozco si aún vivían para el tiempo de su retorno. Desconozco también cuántos hermanos tenía y sus nombres, aunque presumiendo que sí los tenía, vamos en busca de otros Finas.


Luego de Maratea viajo a Brindisi, la ciudad más grande cercana a San Vito Dei Normanni, una ciudad portuaria de donde salen barcos hacia Grecia. Establezco mi base en una habitación para turistas cercana al centro. Riccio y Gabriela, los dueños, son muy macanudos y de entrada me reciben muy bien. Riccio vivió en Buenos Aires en la década de los 80's, así que su español es bueno y no hay que esforzarse de sobremanera para entablar una comunicación con mis escasos conocimientos de italiano.

Muy amablemente me pasa a buscar donde me dejó el bus. En el auto le cuento la historia: el porqué de mi visita a Brindisi, que mi abuelo nació en San Vito Dei Normanni. Riccio se sorprende y se empieza a cebar con la historia. Es un tipo muy curioso, muy atento y alegre. Me cuenta que el nombre del pueblo viene de la gran cantidad de población normanda que lo fundó.
—¿Tu papá es rubio de ojos claros? —Me pregunta. —Porque en ese pueblo había mucha gente así, muy diferentes al resto de los italianos. Me suena lógico que tu ascendencia venga de ahí. —Afirma.
Llegamos y me acomodo en mi habitación. Riccio viene al rato y me dice que mañana tendrá que ir por trabajo a San Vito, que un amigo suyo conoce alguien allí que conoce mucha gente, que posiblemente conozca algún Fina. ¡Genial! Empieza la búsqueda.

A la mañana siguiente desayuno en el café de la esquina. Al rato caen Riccio y Paolo (su amigo que conoce otro amigo) y partimos en auto para San Vito Dei Normanni, que está a 20 Km de Brindisi. La zona es bastante seca, y se plantan Olivares principalmente, aunque también algún que otro frutal como pera, ciruelo, higo y un cactus que se come, pero no recuerdo como se llama.

Llegamos a la estación de servicio de la entrada del pueblo, y ahí nos encontramos con Pino, quién sería mi guía en San Vito, el famoso tipo que conocía a todo el mundo allí. Pino afirma conocer al Dr. Bernardino Fina. ¡Increíble empezar así! Empieza a emocionarme aún más la aventura. ¿Será que éste doctor es hijo de un tío de mi papá? Riccio se ceba también, aunque debe ir a atender asuntos de trabajo con Paolo, por lo que me deja en manos de Pino. De aquí en más dejo de tener un intérprete italiano-español a mi lado hasta muy entrada la tarde. Son las 12:30 del mediodía aproximadamente.

Me subo a la camioneta de una especie de empleado de Pino (de quién no recuerdo el nombre), junto con Pino también. Llegamos a la quinta de Bernardino Fina, una manzana bastante grande en las afueras del pueblo, llena de olivares grandes y tierra roja arada, lista para ser sembrada. Autos costosos, la casa al fondo de una larga entrada de lajas de piedra y un portón de hierro todo fileteado que nos impide entrar. Pino toca timbre, alguien atiende.
—Soy Pino, amigo del Doctor, abrime! —Dice Pino, en italiano-entendible. El portón automático se abre. Lo que es conocer gente...
Pasamos y el doctor vestido de entrecasa, de bermudas y remera, sale a nuestro encuentro, con dos chicos que serían sus hijos o nietos.
Pino habla con el, pero hablan tan rápido que sólo rescato palabras aisladas y no logro reconstruir nada. El Doctor está serio, no le hace mucha gracia que venga un extrangero a reclamar parentesco. Detecto que el Doctor niega todo, pero no entiendo bien porque.
—Andiamo. —Dice Pino. Todo ésto sucede sin que yo entienda un catso. Saludamos (basta una estrechada de manos y un "piacere") y nos vamos. Ni bien nos alejamos le pido que me explique.
En resúmen, el padre del Doctor era Giovanni Fina (casualidad), mas nunca emigró a América, tampoco había un parecido físico por lo que no insistí mucho. Sin embargo nos abre otra puerta. Como buen Doctor, conoce mucha gente, y entre ellos, otros Finas. Nos envía a verlos, y allá vamos.
Para mi sorpresa, Pino me devuelve a la estación de servicio donde nos encontramos:
—Esperame aquí que tengo que ir a atender unos asuntos de trabajo y vuelvo. Vos esperame aquí, yo en media hora vuelvo. —Me dice como sacándome de encima. Algo me decía que cuando Riccio se vaya Pino me iba a dejar por ahí. No me quedó otra que esperarlo un buen rato en el café de la estación de servicio, escribiendo, hasta que lo cerraron y me tuve que ir. En San Vito hay horario de pueblo como en el interior de nuestro país, a la una muere todo.
Sin asiento y habiendo pasado la media de espera hora empecé a caminar y me entretuve sacando unas fotos. Cuando mi paciencia se había agotado y me disponía a irme y caminar por ahí, frena Pino con otra camioneta y me dice que me suba.

Arrancamos, vuelta en U, avanzar hasta la esquina y estacionar nuevamente. Bajamos y Pino toca el timbre en la puerta de un pequeño edificio. Un muchacho petiso y morrudo nos abre. Pino que parla italiano, el chico nos hace pasar y subimos las escaleras. En el primer descando nos encontramos con dos viejitos, aparentemente de apellido Fina. Pino les explica que ha venido un Argentino cuyo abuelo nació en el pueblo, mientras me señala. Los viejitos se sorprenden y nos invitan a subir a la casa. Entramos al hallcito, creo que tenemos algo. Pino repite la historia y el viejito luego habla, pero es imposible entenderle una palabra. Lo único que logro entenderle es cuando señala una foto muy antigua que hay en la pared, haciendo referencia a sus padres. Ninguno era parecido al abuelo.
Pino dice "vamos", y cuando dice vamos es que tiene la información para dar el próximo paso. Aparentemente hay otras personas relacionadas que debemos ir a ver.

Subimos al auto y nos adentramos en el centro de San Vito Dei Normanni. Calles estrechas de una sola mano, tráfico de mediodía, balcones antiguos y otros no tanto. Sol y calor, aunque un poco nublado por momentos. Estacionamos, el pueblo es chico. Bajamos y Pino pregunta algo a un carnicero que se asomaba por casualidad mientras cerraba su local. Señala una casa en esa cuadra, un poco más adelante. Allá vamos, Pino toca timbre. Una señora de unos 70 años se asoma por la azotea, desconfiada. Pino le pide que baje, y que le abra, y trata de resumirle la historia, contándole del abuelo y de mi, pero insiste que es mejor que baje para poder explicarle mejor. La señora desconfía y desaparece. No creo que tengamos suerte ésta vez. Lo miro a Pino, y me hace un gesto con la mano, como diciéndome "esperá, a Pino siempre le abren". Espero entonces.

Al rato nos abren y pasamos al hall, sorteando una esterilla de tablitas de madera que todas las casas de San Vito usan para cubrir su entrada. Adentro estaba la señora que se asomó por la azotea, y otros dos viejos de mayor edad, totalmente exaltados. Me saludaron extasiados y afirmaban que eran ellos, que sí, que sí, y me agarraban el brazo mirándome con ojos húmedos y sonrisas de sorpresa. Ellos no son Fina, son dos hermanos, Armidia y Vito Leozappa. Yo no entendía el parentesco. Armidia me hablaba pero no le entendía mucho.
—Parla piano per favore, si parla piano io capito. —Le digo en mi italiano turístico, aún sin entender su excitación. Pino habla unas palabras con los viejos y luego me dice:
—Ellos no son Fina. Son los nietos del hermano de Vita Mingolla, la abuela de tu papá. Ahí si entendí. Estaba buscando parientes por la rama de mi abuelo, pero encontré sin imaginármelo unos que vinieron de la rama de mi bisabuela. Que loco, no pensaba tener éxito en ésta búsqueda. Pino habla con ellos nuevamente, quedan de acuerdo en que yo me quede a comer con ellos, que justo acababan de almorzar. Llega otra persona al baile, una chica de mi edad aproximadamente, quién no entiende mucho que pasa en su hall, aunque Armidia la pone al tanto enseguida. Vito, en cambio, me contemplaba sorprendido y en silencio, emocionado. Pino habiendo arreglado todo, me dejó su telefono, se despidió y se fue.

La parentella me hizo pasar, me sentaron en la mesa del comedor y se presentaron, y yo me presenté. Armidia y Vito, los primos segundos de mi papá, Filomena, la chica que llegó del trabajo en medio de la recepción en el hall es hija de Vito, y María, quien nos había recibido desde la azotea, su mujer.
Vito desapareció un momento y volvió con dos fotos de él y mi abuelo, de cuando retornó en 1961. Mi abuelo, vestido de traje, era el italo-americano que emanaba aires de prosperidad de un nuevo mundo a la gente de un pequeño y olvidado pueblo. Vito transmitía una admiración muy grande por el abuelo, se veía en las fotos y en su mirada. Un tipo muy alegre, de un gran sentido del humor, de esos que todo el tiempo están bromeando, y te guiñan el ojo haciéndote cómplice. Le muestro la foto que tengo del abuelo en el celular, junto con una carta escrita por el en el '61 y un certificado del servicio militar. Saco la libreta y la lapicera, empiezo a hacer el arbol genealógico para poder unir a los Leozappa con los Fina y entender finalmente el parentesco.

Mientras tanto María me trae un plato de sopa. Filomena almuerza también, está en el receso de su trabajo. Usa la servilleta a cuadros metida en la remera como un babero, muy a la italiana. Yo la copio ya que estamos. —Ignazio ¡Magia, mangia! —Me repite a cada rato.

Empiezo a comer. Traen melón en rodajas, y peras, vino, agua y pan. Y cuando no hay nada más que traer se sientan y me miran mientras como. La mesa está llena de platos y bowls. Vito trae un melón entero, me dice que es del campo que ellos tienen, que me va a dar una docena para que le lleve a mi papá. María me retira el plato de la sopa y me trae un pescado y ensalada.
—¡Mangia! —Me dice. Armidia se sienta al lado mío y me toma del brazo emocionada. Seguimos hablando de los parentescos, los hijos de tal y de cual, y mientras yo sigo anotando. Después viene el licor, y después el café, realmente no puedo más. Parlamos italiano, piano y nos hacemos entender. Es un esfuerzo para mi, pero aprendo mucho. De repente me encuentro almorzando en lo de una familia italiana, que ya voy sintiendo como parientes, de esos que no visito hace mucho.

Luego del almuerzo y la larga charla, salimos a conocer la "campaña", el campo donde el abuelo se quedó varios días durante su regreso a San Vito en 1961. La zona de quintas está recorrida por varias rutas que serpentean y suben bajan en ondulaciones suaves. No hay cercos de alambre, sino de piedras apiladas. Todos los campos con sus olivares y sus frutales, parecen primos entre si. Todos con su huella donde entrar el auto (o "la maquina" como le dicen en Italia), su tierra arada y sus casas al fondo, perdidas entre algún lugar de los árboles.

Y así pasó otro lindo momento de la tarde. Filomena, la interprete principal (la que tenía más paciencia para entendernos todos) tenía que regresar al trabajo, así que luego de un vistazo al campo emprendimos la vuelta al pueblo. Ya en la casa nuevamente, llega Rosa, una de las hijas de Armidia que, junto con ella, están casualmente de vacaciones en San Vito, ya que viven al norte de Italia, muy cerca de la frontera con Suiza, en un pueblo llamado Cittiglio. Por supuesto, no faltó ocasión para que me inviten a quedarme unos días en su pueblo, así que eso haré, una pequeña visita antes de terminar mis vueltas por Italia.
Tanto rosa como su marido, tienen un hijo y una hija de sus matrimonios anteriores, más otro dos que han tenido juntos. Los más chiquitos son amorosos, oirlos hablar en italiano con sus vocecitas diminutas es muy lindo. El hijo de Rosa se hunde en el celular como todo niño preadolescente, mas la hija de Vinicio, Selena, nació y vivió en Colombia, y por fortuna habla español. La niña será mi nueva intérprete por el resto de la tarde.

Llega el momento de la partida. Me despido de todos, y prometo volver durante mi estadía en Brindisi. Armidia insiste en acompañarme a comprar el ticket para el bus a unas cuadras de la casa. Selena nos acompaña para volver con armidia, que ya los años le pesan y cada paso cuesta.

Compro el ticket, saludo a Armidia y le agradezco por éste hermoso día compartido. Saludo a Selena y camino lentamente hacia la parada del bus, por las calles de lo que fue y será el pueblo de mi abuelo.

De derecha a izquierda: Vito, Filomena, Armidia, María e io.

Armidia y Vito Leozappa

Vito y el abuelo, en 1961

La campaña








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