martes, 22 de septiembre de 2015

Zürich, un lugar para quedarse

Un título jugado pero sentido. Conocí Zürich y me tentó experimentarla un tiempo.

Es la ciudad más saludable que conocí, con mucha conciencia ciudadana en la gente, muy avanzada en todo sentido; limpia, sin polución, ordenada y muy linda. Ubicada en un valle fértil rodeado por bosques, con un lago cristalino, y ríos donde se ven las piedras del fondo; patos y cisnes en el agua, granjas con vacas, huertas, frutales dentro de la ciudad; muchos senderos de trekking que atraviesan los bosques, a pocos minutos de tram o bus desde el centro de la ciudad; un sistema de transporte amplio e impecable y que funciona a horario; mucha comida, mucha variedad, la facilidad de conseguir alimentos orgánicos producidos sin el uso de agroquímicos, una vida cultural muy amplia y variada, muchas ventajas laborales, mucho deporte y vida al aire libre en verano, y probablemente nieve y trineos en invierno... Una ciudad que contagia, con aires despreocupados, con tiempo para la vida, todo se ve en la gente que va por la calle. Eso sí, es muy costosa, pero el valor siempre es relativo.

Llegué una noche tarde a Zürich Hauptbahnhof, la estación central de trenes. Jero, un viejo amigo de mi hermano y de la familia toda, me estaba esperando allá, y no tardamos en encontrarnos. Me dijo "No hay nada más lindo que llegar a un lugar desconocido y que alguien te esté esperando. Un día un amigo lo hizo conmigo, y fue tan lindo que hoy lo hago con vos". Fue el mejor recibimiento que tuve, y es cierto. Viajando se conoce gente, a veces se está solo y a veces acompañado. Pero llegar a un lugar, de noche, sin conocer, es siempre motivo de stress. Tener alquien que te espere y reciba, es una suerte enorme.
Así que pensé: algún día, desde mi lugar, voy a recibir a todas las personas que me recibieron o que quieran quedarse en casa en su paso por mi ciudad ¿Por qué no? Y los iré a esperar a donde lleguen como Jero me esperó. Sin forzarlo, compartir y hacerlos parte. Porque debe ser lindo recibir gente que viaja. Porque compartir el viaje te hace parte.

Y vuelvo a Zürich... ¡Que hermosa familia! Jero, Andre y Lina son esa gente sencilla y alegre que te ilumina el alma, que a veces cuesta encontrar pero que existe. La pasé genial en estos días compartidos, en familia, como si hubiese encontrado otro hermano, cuñada y sobrinita que viven fuera del país. Cuando la conocí a Lina, lo primero que me regaló fue una sonrisa, y extendió los brazos para que la alce. No se que me vio, quizas los rulos, pero nos hicimos amigos muy rápido.

Me sentí inspirado por ellos, conocerlos en lo cotidiano, la vida hermosa que llevan, y me muestran que es posible vivir sanamente y con muy poco, sin la necesidad de un auto ni una tele, y ser tan o más felices como cualquiera que se lo proponga. Y ahí está el punto, en la predisposición a la felicidad, con uno y con los demás, sea en el lugar que sea. Rodearse de la gente que a uno le hace bien, hacer las cosas que te acercan a esa gente, en sumatoria a las cosas que te gustan (que a veces coinciden), compartirlas y hacerlas con amor, y mientras tanto disfrutar todo, lo bueno, lo notanbueno y lo malo. Parecen muchas cosas, pero cuando se entra en sintonía con uno mismo pasan sin que uno se de cuenta, casi como cuando aprendemos a manejar.

(Y nuevamente me fuí por las ramas)

Esa es la historia. Pasé unos días muy lindos y quedé fascinado con tan bella ciudad. Lamentablemente tuve que seguir viaje hacia Austria, pero me llevo el hermoso recuerdo de Zürich, un lugar para quedarse.

domingo, 13 de septiembre de 2015

Ser voluntario

A veces, viajando uno también se cansa. Una contrariedad para todos los que lean ésto y no estén viajando en éste preciso momento, pero una realidad que se siente y hay que combatir. El ir de aca para allá, que ésta ciudad, que la otra, que tal monumento, que tal museo, y no te olvides de visitar ésta otra cosa, porque no podés haber ido a ese lado y no visto aquella otra. ¡Stop! Si, es difícil callar todas esas voces, que no se de quién serán, pero le hablan a uno desde lo más profundo. Cuando logro silenciarlas (que de vez en cuando me sale), el panorama se despeja y la visibilidad no puede ser más clara: Veo todo, elijo eso, y alla voy.

Uno de los objetivos del viaje era conseguir un trabajo, por dos o tres semanas, en una viña en Italia, o en Suiza tal vez. Hacer algo distinto a mi profesión, con mis manos, con el cuerpo, donde al final del día sienta un cansancio distinto al de la animación y la computadora, otro tema que ya profundizaré más adelante.
Volviendo a la búsqueda de aquel trabajo alternativo, pregunté y averigué con la gente que fui conociendo, pero no conseguí dar con el contacto adecuado. Sin embargo, en el preguntar y el conocer se me abrió otra puerta que siempre estuvo ahí y nunca la había visto: hacer un trabajo voluntario.
El voluntariado o “woofing” consiste en trabajar aproximadamente media jornada al día, a cambio de cama y comida, desempeñando una amplia variedad de tareas, dependiendo quien te aloje y en lo que necesite ayuda. Hay desde ayudar en huertas orgánicas, no-orgánicas, en tareas de la casa, hostels, bed&breakfast, embarcaciones, de todo.
Hay sitios de internet donde la gente que necesita ayuda de voluntarios se postula, muestra fotos de su lugar y cuentan un poco acerca de ellos, del trabajo que necesitan o esperan que se haga, etc. Como esos hay miles, así que busqué mucho, y costó encontrar el lugar que me cerrara. Muchos brindan servicios de Bed & Breakfast, cabalgatas o agroturismo (que no se muy bien que vendría a ser eso), y esos eran justamente los que menos ganas de ayudar me daban. Si ganan dinero con mi trabajo, no necesitan voluntarios, necesitan empleados.

El anfitrión que elegí fue una familia Alemana que hace mucho años habita en una hacienda perdida en el medio de la Toscana. No necesitan de mucho, y se alimentan principalmente de lo que producen: la huerta, el aceite de oliva, sus huevos y su miel. Cruzamos mails con Sibylle, la dueña de casa, y finalmente me aceptó. Así que ahí fui.

Fue un largísimo día de viaje desde Florencia, en bus, y luego a dedo y más dedo y más bus, en una ruta donde no existen las rectas, y sube y baja praderas. Cada vez pasando por pueblos más chicos, todos con sus casas de piedra amontonadas, luego las colinas plantadas, los olivos, mucho bosque, y cada tanto el humo que sale desde las inmensas plantas de energía geotérmica.

En viaje, esperando que alguien me levante

De repente me encontraba en lo de una familia que hablaba alemán la mayor parte del tiempo, e era inebitable sentirse raro, como colgado, retraído y distante, aunque me esforzaba por caer bien o mostrarme lo más rápido posible, tratando de hablar italiano, y cuando eso no funcionaba cambiar al inglés, y así. Una especie de “no se que hago acá” mezclado con la ansiedad y la paciencia (una dupla un poco rara) de querer estar y ser parte.
La primera experiencia de acercamiento fue con los nietos de Sibylle, que estarían ahí sólo mis primeros días y luego partirían de regreso a casa. Con los chicos el idioma es universal: jugar. No hace falta hablar la misma lengua. Lo importante es entender las reglas de un juego y jugarlo, apelando a la creatividad, la sorpresa, los ruidos y sonidos... todo vale, y cuando se agota se inventa algo nuevo. A los niños no les importa la nacionalidad o la lengua: si uno juega es bienvenido.

Así empecé a meterme de a poco en ésta familia.

Luego los chicos se fueron y dejaron un vacío, aunque esa frescura de niño en el ser. Me hacían reir mucho, y escucharlos hablar en sus voces diminutas en alemán o en italiano es lindísimo. Con Sibylle poco a poco ibamos entrando en confianza, aunque lentamente, los adultos somos más complicados que los niños. Sibylle es quien se hace cargo de la hacienda en general. Enrico, su esposo, es unos años mayor que ella y ya no puede ocuparse de las tareas pesadas de todos los días, como lo hizo durante tantos años. El trabajo siempre abunda y no es facil mantener todo para que no se estanque. Año tras año, la noria del tiempo gira y gira, sucediento las estaciones una tras otra, cada una con sus quehaceres, sus cosas lindas y sus otras incómodas. Por suerte Sibylle apela a buscar ayudantes constantemente, y gracias que lo hace, porque crea un espacio de intercambio muy lindo. Y ahí entro yo en la historia.

El hijo menor de Sibylle, León, es quien reemplaza a su padre en las tareas pesadas de la hacienda. Juntos se ocupan de las colmenas y la producción de miel, que dicho sea de paso, es exquisita. Si bien ya no vive allí, todos los días viene a ayudar en lo que haga falta. Mi trabajo será ser su asistente/aprendiz, en las tareas del campo que haya que hacer, pero sobre todo cortar leña para el invierno que se viene.
León, al igual que sus padres, es una persona muy alegre y sencilla, y a pesar de nuestras diferencias de idioma nos llevamos bien al poco tiempo. En uno de nuestros cafés después de almorzar me cuenta que el fin de semana siguiente habrá una fiesta en un pueblo vecino, donde él venderá la miel y Sibylle ayudará en la cocina, como todos los años. Posiblemente podré ayudar a llevar la comida a las mesas y luego comer y beber junto con todos los que colaboran en el evento.
Más tarde Sibylle también me menciona lo de la fiesta, parece que es un evento muy importante y caí en momento justo. Todo en la fiesta gira en torno a la comida, y lo que podré hacer es ayudar en la cocina o servir a las mesas. Siento algo entre la emoción, la curiosidad y la pereza previa a empezar algo nuevo, con miedos y ansiedad, todo junto. ¿Cómo será cuando llegue allá y no conozca a nadie? Son todos italianos, ¿Cómo será que haré mi trabajo? ¿Lo haré bien? “Tranquilo Nacho” Me digo a mi mismo. Es así siempre. La experiencia de la fiesta puede ser muy linda, sólo hay que abrirse y dejarla entrar, por más que no lo sepamos todo.

Mientras tanto, la semana continúa. Armamos un cobertizo para la leña con León, usando pallets para el piso y las paredes, y chapa para el techo. Cortamos y hachamos troncos para que quepan en las distintas estufas de la casa, que son varias. Aprendo a usar la “Motosega piccola” (motosierra chiquita), y a hachar troncos. ¡Lindo ejercicio!
En invierno todo se hace a leña en la hacienda, desde calefaccionar, hasta cocinar o calentar agua para la ducha. La casa es antiquísima, toda de piedra, con puertas petisas y ventanas diminutas pero bien puestas. Es una casa bellísima, en medio del bosque. Un arroyo le pasa por la entrada. La cocina de verano es afuera, con una mesa larga bajo un techo. Hay moscas, mosquitos, y todo tipo de bichos. La pareja de ocas son las dueñas del estanque. Si te acercás, de seguro te sacan la lengua y grasnan escapando, y si en una de esas el macho anda en guapo, te hace frente sin problemas. Hay carpas japonesas, una pareja de asnos sueltos por allá, y muchos perros y gatos.

El cobertizo para la leña que armamos, la nueva cama del gato
El día que junté avellanas
Las colmenas
Enrico y León

Entre mis tareas como ayudante también reparo alguna que otra PC, para no perder la costumbre... A veces me arrepiento de decir que sé arreglar computadoras, cuesta y quema el coco. Pero cuando a pesar del esfuerzo puedo resolverlo, es lindo.

Llega el sábado y a prepararse para la fiesta, que será en un pueblo vecino a la hacienda. Lleva el nombre de “Fiesta di liberazione”, y es una fiesta del Partido Comunista (ahí me vengo a enterar). La verdad me dan un poco de pereza los eventos políticos. Son todas esas cosas que suelen estar teñidas de ideología, de una manera en la que trata de ser impuesta o más propaganda que otra cosa. Pero dejo de juzgar. Voy, y veré de que se trata.

Cuando llegamos, encontramos a todos los que ayudan en la fiesta sentados en una larga mesa afuera, haciendo la sobremesa del almuerzo. Sibylle conoce a todos y empieza a saludar, y me va presentando, y todos se sorprenden que éste año haya un muchacho de Buenos Aires que venga a dar una mano. De entrada me dan un vaso de vino, que no puedo rechazar (otro lenguaje que trasciende fronteras). Me invitan a sentarme, y me preguntan que cómo es que llegué hasta ahí, a una fiesta muy local, en un pueblito perdido en la Toscana. Les cuento brevemente la historia del viaje y el voluntariado. Daniela, una de las señoras que organiza y dirige la cocina, me pregunta si quiero ayudar a cocinar. Le digo que si, por supuesto. Sibylle se sorprende de la tan buena recepción que tuve.

Todos a la cocina entonces, me pongo el delantal y manos a la obra.

Pasamos unas horas cortando tomates y cebollas como para un batallón, pero ya la cosa empieza a ser entretenida. Los platos son diversos: hay entradas, primer plato de pastas y carnes frías, tartas, lasagnas. Luego carnes y salchichas a la parrilla, unos brochettes de carne de cordero (los arrosticini), papas fritas, quesos, ensalada, vinos, fruta tortas y otros postres. Una carta variada y todo en una cantidad grande, ya que se espera que asista mucha gente.

Llega la tarde y va cayendo la noche. La tarde de cocina no estuvo nada mal, ahora toca servir. Me dan mi remera de la fiesta (que todos los meseros debemos usar) y con un poco de ansiedad y un poco de miedo, espero que empiece el juego de ser mozo, que promete ser muy divertido. Brevemente me explican como proceder en aquel arte: “Primero tomás la hoja con el pedido en la mesa, luego llevás manteles de papel, cubiertos y vasos para todos, más la panera, es muy importante la panera. Después volvés con la bebida, otra cosa fundamental que no debe faltar. Luego con la mesa ya preparada, vas en busca del antipasto, y después el primer plato. Pero procurá llevar todos los platos a la vez, porque todos tienen que comer juntos. Y te conviene pedirlos de ésta forma y no de tal otra, para que no se te enfríen, pero si son muchos comenzales vas a tener que hacer dos viajes, y ni te cuento si tenés dos mesas al mismo tiempo”.

Stress, mucho, mejor respirar e ir de a poco.

¡Llega la gente, empezamos! Recorro las mesas largas, con la mirada alta esperando ver clientes sin atender. “Es mi primer mesa, es mejor que agarre una con pocos comenzales” pienso. Miro y miro gente con el papel de su orden en la mano. La gente ordena en la caja lo que va a comer, paga y va a sentarse con éste papel que dice todo lo que hay que servirles. ¡Allá hay un grupo sin atender! 1, 2, 3, 4, 5... ¡6! Mmm no mejor no... “¡Mozo! Queremos ordenar” Me dicen levantando la mano. ¡Me vieron venir! Voy a tener que hacerle frente...

Y así comienza una noche divertidísima. Ir a las mesas, presentarme “Bounasera, io sono Nacho di Buenos Aires” (lo digo antes que me escuchen hablar y se den cuenta ellos que no soy italiano). Siempre con una sonrisa, mucha simpatía, y disfrutando éste nuevo juego a pleno. Y voy, agarro los manteles y los cubiertos. Voy a pedir el antipasto al lugar equivocado, y la gente que te da los platos en la cocina te ayuda, pero a veces también hay que hacer cola, y los tortelli (que son como nuestros ravioles) demoran y todos los mozos reclaman sus platos, y entonces hay que pensar la estrategia para que la gente de la mesa no te odie por la espera eterna, aunque a veces no les queda otra que aguantar.
El lugar se llena de gente. Seremos unos diez mozos, y entre nosotros Elena, la novia de Leon, que habla un poco de español, y cada tanto le pregunto una frase en italiano propicia para la comunicación con los comenzales, frase que repito y memorizo mientras voy llegando a la mesa, tratando de entonar de manera correcta. No hay caso, a los pocos metros me la olvidé por completo. Todo es muy acelerado, pero muy muy divertido. La gente de la cocina se rie de verme trabajar, todo entusiasmado, quizás como ningún otro, y desenvolviéndome en el oficio de servir, aún hablando poco italiano, y sobre todo con gente que habla el dialecto Toscano, que es mucho más dificil de entender.
Formando un gran círculo que se mueve entre las mesas, una banda de vientos con algo de percusión interpretan canciones típicas, italianas e internacionales, movidas, llenas de ritmo y solos de saxo, trompeta, y trombón. Son muchos, y suenan increíble. Yo paso de ida y de vuelta y se me van los ojos de verlos tocar.
Y así pasan mis mesas: primero 6 comenzales, luego 5, luego otros 5, luego 7... ya no le arrugo a la cantidad de gente, entendí las reglas y disfruto el juego, cuánto más me desafíe mejor.

La cena va terminando y ya no quedan mesas por atender. Se prepara una gran mesa para todos los cocineros, los ayudantes, los mozos, los de la caja y los de la parrilla, y nos reunimos a comer todos juntos lo que sobra (que no es tanto como esperábamos), aunque por suerte el vino siempre abunda. Luego a dejar todo limpio que mañana domingo serán dos comidas: almuerzo y cena.
Con la poca energía que queda vemos una banda de pízzica que toca en el mismo predio, parte del programa de la fiesta. La pízzica es música movida típica Italiana, originaria de la Puglia, la región del sur de Italia de donde era mi abuelo. Luego de la banda a dormir, que mañana hay que volver temprano.

A las 9 de la mañana del día siguiente estamos de vuelta con Sibylle, chochos de volver. Ya todos me conocen y comienzo nuevamente a ayudar en la cocina, cortando. Que el pepino para la “insalatta” (hay que hacer una breve pausa en la doble t), que los tomates en cubitos para los tortelli... Me paso un buen rato cortando y picando.
Llega la hora y sirvo como ayer, disfrutando cada mesa que me toca, cada viaje a la parrilla (donde de vez en cuando los muchachos me dan un brochette para picar), pico papas fritas acá, y me hidrato un poco allá, y entre tanto salgo a las mesas a servir. La paso fenomenal.
Terminado el almuerzo comimos todos juntos como de costumbre, y luego un pequeño descanso antes de volver a la cocina, que hay que preparar la cena.

Para ésta altura de la fiesta ya somos todos amigos, y a la tarde ya sentía que la cocina estaba llena de madres, abuelas y amigas cocineras. Ayudé a hacer bombolones (como unas rosquillas de bola de fraile) para comer a la tarde, y luego hicimos el brindis de fin de fiesta entre todos los de la cocina, que ya estamos prontos a servir la cena.

Una fiesta única. En dos días de compartirla desde adentro, me sentí en familia. Me movía libremente, todos me conocían y siempre había un motivo para reirse. Es un evento hermoso que se hace año tras año, y ya varios empezaron a decirme “El año que viene te esperamos” o “Nos vemos el año que viene”. Desde los más cercanos hasta los que había visto unas pocas veces y apenas hablado. Y yo chocho, más que feliz de encontrar gente tan hermosa, en éste viaje que viene siendo un gran descubrimiento tras otro.

Obviamente terminé borracho y feliz.

Sibylle, cocinando
Le bombolone
El brindis

Ni bien llegué al voluntariado en la hacienda comencé a pensar en que no lograría quedarme las dos semanas pautadas en un principio. No tenía la paciencia para aceptarme en un período de adaptación. Luego de la fiesta no dudé en quedarme el tiempo completo. Y entendí que dos semanas es el tiempo mínimo para que tanto el voluntario como el anfitrión logren conocerse. Menos que eso, lo más probable es que fracase, o que la experiencia no cubra las expectativas de alguna de las partes.
No hay dudas: el tiempo te hace compartir cosas, el tiempo te hace conocerte, con uno y con los demás. Sin darle una oportunidad al tiempo, lo más seguro es que nada llegue a ser del todo. Hay que tener paciencia, y si ya se tiene mucha, se puede tener un poco más. Con cada paso se aprende.

Y acá estoy, ya habiendo pasado mis días de cortar leña y acomodarla, con otra muy linda experiencia que guardo como recuerdo. Amigos nuevos, y el haber conocido una hermosa familia Alemana desde dentro, en la bella Toscana de Italia. Y por supuesto, me fui con miel y abrazos y un “Cuando quieras volver, te esperamos”.

¡Hasta pronto amigos!

sábado, 12 de septiembre de 2015

Solo, le pido a dios

Estar sólo es un reto constante. Pucha, que tiene sus días difíciles. Tiene sus momentos buenos, donde quizás uno da los pasos correctos, o las cosas se alinean para encontrar gente linda y que ocurran momentos recordables. Pero en los otros, en donde nada ocurre, por más que uno salga a intentarlo, esos son tiempos duros de atravesar. Y sobre todo creo que me aburro. Ha sido y es enriquecedora la soledad, pero llega un punto que me aburre, y me pregunto cuanto sentido tiene vivir la vida así. Quiero ser primero, protagonista, y también segundo, un mero acompañante, pero ser en relación a alguien, en relación con alguien.
Quizás éste sentir sea un producto de estar en movimiento, de viajar, o quizás sea un querer escapar de mi, en esos días en que no puedo ni se como dominarme, ni tampoco puedo ni se como aceptarme. Debo dejar que el día pase y el nuevo sol refresque mi optimismo, o al menos amanezca sin ya ganas de ser alimento de mis pensamientos.

Ayer fue uno de esos días. Solitario, aburrido, donde me canso de estar encerrado adentro mio, donde no doy pie con bola. Puedo estar en la ciudad más bella del mundo, en el día más hermoso. Puedo hacer un balance de mi vida y dar gracias por todo lo que tengo, donde estoy en éste momento y que puedo hacer lo que hago ¡Lo afortunado que soy! Puedo ser rico en recursos y herramientas y todo lo tantísimo que tengo en la vida... Pero si no puedo compartirme con alguien, hacer reir a alguien, levantarme temprano por alguien, esforzarme por alguien, si no puedo hacer todo eso y más por alguien, me aburro. Siento la energía y los días que se van desperdiciados. No veo a donde me lleva ésta búsqueda.

Es tan lindo tener a quien amar. Tengo muchas personas que amo y extraño, muchísimas, pero necesito esa persona que me quiera abrazar todos los días, en las mañanas o en las tardes. Y es loco (o tonto), porque estoy donde estoy porque decidí dejar ese abrazo diario a cambio de mi, y ahora que me tengo lo anhelo más que nada. Soy humano, ténganme paciencia, algún día aprenderé.

Eso. Aprender de mis errores.

Quizás si se donde me lleva ésta búsqueda.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Oda a mis manos (perdón por el ego)

Ellas, bellas
Cada día, cada arruga una historia
Tanto juntos, tantos cortes y golpes
Con mis dedos torcidos y mis uñas sucias
ahí están ellas, bellas, mis manos

No quiero otras
Quiero las mías, imperfectas
con sus pecas y sus lunares,
sus marcas y sus huellas
La huella que dejamos en la vida
yo y ellas, mis manos

Cuando pica, saben como rascar
y donde
Cuando amo, como acariciar
tan suave que cualquier rozamiento es cosquilla
Saben todo
hablan poco y hacen mucho
Tanto que a veces pierdo la cuenta
que son ellas, las que me sostienen en la vida

Son ellas, bellas, mis manos

Con todas sus imperfecciones
Con su gracia y su dulzura
Son testigo y protagonista
Fuerza y delicadeza
Amor y locura
Son manos, como las de todos
Pero son mías, como las de ningún otro

Son ellas, bellas, mis manos.

martes, 1 de septiembre de 2015

Pienso, luego escribo

Conocerse es tantear los límites en un cuarto oscuro. Es saber las posibilidades ante un hecho, es reaccionar conscientemente eligiendo como, por sobre lo inconsciente que aflora por defecto.
Conocerse es, sabiendo los límites, una cuestión de aceptación o no de nuestros defectos. Es ver para luego evaluar para luego decidir si se cambia aquella cosa o no. Si la dejamos como está, que sea parte de un ejercicio de conciencia y no una derrota constante en una lucha con uno mismo. Y nótese el “constante”. La resignación existe porque la voluntad es una fuerza agotable. Cuando ésta se renueva, es muy posible que volvamos a intentar aceptar algo que previamente fue resignado.

Es importante aceptar y no resignar. Aceptar es querer lo que hay, tal y como es. Resignar es no querer lo que hay y mirar para otro lado lo más posible, tratando de evitar aquello que no podemos o sabemos como cambiar. No sólo debe aceptarse lo bueno, todo es suceptible de aceptación. Todo ocurre en un tiempo y un contexto y con un porqué, por más que a veces no sea fácil dilucidarlo. Uno puede cambiar una actitud, una forma de ser ante un hecho que vendrá, mas no puede cambiar aquello que fue ante lo que pasó. De eso sólo podemos estudiar y aprender, y el exámen será en el próximo intento, y si reprobamos estudiaremos nuevamente el nuevo caso, y quizás pasemos el exámen que viene después, o quizás no.

La vida es un constante pulirse en el caminar de los años. Es un pulido que nunca termina, que nos acompaña hasta el último de nuestros días y de nuestros suspiros. Pulirse es un sinfín, una de esas tantas cosas que vienen de la mano con vivir. Que dicho sea de paso, que precioso que es vivir.