martes, 20 de octubre de 2015

Cerca de mis abuelas

Fui a Zujaira, un pueblo cerquita de Granada, a visitar a las primas de mi abuelo Antonio, tías segundas de mi mamá, que si bien se hablan por teléfono cada tanto, nunca en la vida se vieron en persona. Aún así son lazos fuertes que están vivos, aunque sean invisibles. Son corazones conectados, que se guardan cariño infinito como un regalo mutuo, que laten en sintonía, que no piden nada a cambio, y que están siempre por el simple hecho del ser y el existir. Y sin darme cuenta, tratando de describirlo, definí lo que es la familia.
Paquita y Eva son también mi familia y la de todos los míos, y tuve la oportunidad de conocerlas, a sus 87 y 79, a mis 31.

Ya en mis últimos días del viaje las visité, aunque compartimos muy poquitos días, y sentí un lazo que nunca había sentido en mi vida (y mirá que tengo una familia llena de lazos). Sentí ese parentesco que no es el de un hermano o un primo, ni el de un padre, ni el de un tío, quizás si parecido al de una madre, pero no. Me sentí cuidado y apañado, y caí en la cuenta que, ese sentir, es lo más parecido a lo que debe ser tener una abuela. Me alegró, porque nunca lo tuve ni lo busqué, y siempre así lo acepté ya sin esperarlo nunca, hasta que ahí se me apareció, casi una revelación, de esas que antes de pestañear no estaban, y después ya están, tan firmes y claras como la mañana o la noche. Fue una muy hermosa sorpresa la que recibí queriendo dar.

Pucha que loca es la vida, que aunque se sea adulto de edad y anciano de alma, el corazón siempre está dispuesto a sentir como niño, y cada vez de una manera distinta, pero igual. Se me enriedan las palabras. Cuando se siente así se palpa la vida, y no hay nada más lindo que abrazarla e invitarse mutuamente a seguir juntos adelante. Ahora se lo lindo que se siente tener una abuela.

Paquita y Eva, dos primas de mi abuelo = Mis abuelas.

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