domingo, 25 de octubre de 2015

Desde lo más profundo

La vida sigue cada día, a veces más difícil, a veces más presente, a veces, pero siempre hay un lado lindo de donde mirarla.

Visité la Sagrada Familia de Gaudí, y fue tal la belleza que percibí de golpe, que ni bien la vi un escalofrío me corrió como un rayo por el cuerpo, erizándome la piel, paralizante como una ola de mar helado. Cuando quise darme cuenta los ojos me pidieron a gritos parpadear, y luego de complacerlos, aparecieron inundados con lágrimas frescas; grandes y caudalosos charcos de agua cargada de emoción, densos que no tardaron en caer.

Amo la arquitectura y he visto muchas obras impresionantes, pero ésta me produjo algo más, algo distinto, nuevo. Quizás por tratarse de una obra contemporánea nos entendimos de entrada, manejando el mismo lenguaje. Quizás sea el estilo del artista lo que sorprende, no lo se, pero me dio la bienvenida apenas nos conocimos, me invitó a pasar y me contó su historia.

Que una obra te quite el aliento de aquella manera, debe ser un orgullo para su autor y quienes la hicieron posible. De la tierra y la naturaleza, piedras que estuvieron ahí durante millones de años perdidas entre montañas. Se enteraron de la existencia del hombre (cosa difícil no hacelo) y pensaron que sería interesante inmortalizarse en alguno de sus lindos caprichos. Un día, unas manos las adoptaron sin permiso y así las piedras se despidieron para siempre de sus familias, sintiéndose afortunadas o aún no, de ser parte de la obra de los hombres y su paso por la tierra. Les dieron forma con tanto estilo, tanto trabajo y tanta perfección, que pasaron a ser un monumento a la belleza, un símbolo a la humanidad para todos los hombres. Un proceso admirable, un resultado increíble.

Pero hubo algo más.

Algo en esa revelación me conectó conmigo y la gente que adoro y extraño. La arquitectura me maravilló, pero conspiró en secreto con mi historia, traduciéndose en un flechazo que me atravesó el pecho y me hizo caer de rodillas. Un flechazo de belleza incalculable, de gratitud y de paz, que rebalsó toda comprensión y me agarró con la guardia baja. No esperaba recibirlo, como todo en la vida que llega y se va sin avisar.

Asi que no tuve más remedio que aceptarlo, dejando ser aquellas lágrimas que vinieron cargadas de todo, disfrutándolas desde los ojos hasta las comisuras de la boca, agradecido, desde lo más profundo del ser.











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